Oír llover
Paisaje sonoro realizado a partir de una grabación realizada en Mérida (México) el 9 de julio de 2019.
Mar de Punta conejo
Construir un paisaje sonoro (es decir, ir más allá de la documentación de un entorno o de la edición de una grabación de acuerdo con criterios estéticos personales) supone una serie reflexiones que nos acercan a un pensamiento de orden musical. En lo personal, el foco principal de la reflexión es encontrar el punto medio entre dos extremos: 1) tratar a los eventos sonoros como desprovistos de contenido semántico, y 2) tratarlos de manera denotativa. El primer caso resultaría en una escena sonora carente de coherencia ecológica, mientras que, en el segundo, el resultado no tendría profundidad conceptual. Podría definir entonces mi búsqueda como la construcción de un paisaje sonoro con criterios musicales, pero sin pérdida de consistencia ecológica, y en el que exista la posibilidad de percibir los eventos vaya más allá de su carga denotativa.
Eso es lo que intento por primera vez en el paisaje sonoro que les comparto ahora. Está construido con seis grabaciones realizadas los días 26 y 27 de diciembre pasado en Punta conejo, Oaxaca. Respetando el orden temporal de las grabaciones, estructuré la escena sonora de acuerdo con un plan que considera valoraciones de orden musical, como curvas de tensión-distención, las posibilidades de atracción auditiva que ofrece un pasaje en específico, la puntualización de ciertos momentos a manera de puntos climáticos y el posible tiempo de atención de un escucha ante el proceso de transformación de oleaje que impone el contexto ecológico. Además, la duración de la escena invita a la resignificación de las olas como un patrón sonoro abstracto, independiente de su origen, de tal manera que la escucha microscópica de cada una de sus transformaciones se vuelva la razón principal de escucha. Ante la imposibilidad de aprehender el tiempo, una escucha anclada en el presente.